El Dios del conocimiento

El Dios del conocimiento

Si las campanas de la oración vespertina sonaban y yo no estaba presente, las próximas campanas serían las de mí funeral. 

Cuando las primeras nieblas de la madrugada asomaban por mi ventana, bajé con cuidado las escaleras para encontrarme con las piedras del jardín, que ya había memorizado como mapa. Iba con prisa vertiginosa. Si las campanas de la oración vespertina sonaban y yo no estaba presente, las próximas campanas serían las de mí funeral. 

Mi recorrido nocturno dio fin en una casa abandonada, desterrada en medio del campo. La casa, que había descubierto en una tarde de lluvia en la que fui a recoger setas rituales, había sido habitada por una mujer anciana, sin marido ni descendencia. Sus huesos aún reposaban cómodos en la butaca del salón, rodeado por una pila de manuscritos de todas las materias y disciplinas. Fue allí, entre esas páginas amarillas y sucias que encontré algo más allá de los horizontes de nuestra comuna. 

Desde aquella tarde, me escapo todas las noches para visitar la casa y sus libros. Sin ellos, nunca habría abierto los ojos… Vivía en una burbuja, obligada a trabajar para nuestra insignificante sociedad. Horas de oraciones, de latigazos, de servicios… Todo dirigido al Dios de la Iluminación. Pero gracias a esos manuscritos entendí que, ese Dios del Conocimiento, era yo.

Jaimary Susej Oliveros (4ºA)

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